martes, 29 de junio de 2010

La Dama de Negro.

Hace unos años, cuando tenía 17, vi una muerte. No vi a la muerte, pero la sentí. Fue el momento más raro de toda mi vida hasta entonces. Fue una tarde de verano en Gran Vía. Las rayas rojas de mi falda favorita iban haciendo un movimiento particular con el paso rápido. Pero pararon cuando la señora que tenía a la derecha, de unos 80 años, cayó de espaldas. Su ropa grande, piernas blancas, brazos anchos y pelo cano rebotaron contra el suelo de piedra. De repente, sin más. Cayó. Me agaché al momento, pidiendo que llamasen a una ambulancia. Alguien dijo, ‘Se habrá desmayado’.Nunca se me olvidarán las palabras de respuesta del marido. ‘Pero, si acabamos de merendar…’
Por que la Dama de Negro viene de repente. No avisa.

Y ahí estaba yo, en el suelo, con mis 17 años, pidiendo que me ayudasen a girarla para que no se tragase la lengua. Me quedé bloqueada, no supe reaccionar más allá de mi preocupación porque no se tragase la lengua. No sabía qué más hacer. Sólo sabía eso. Y que no reaccionaba, los labios se ponían morados. Alguien acercó una botella para darle agua y casi le pego un grito. Fue muy rápido, todo en menos de un minuto. Y no respondía, no había pulso, pasaron un abanico, vino un chaval que estudiaría enfermería y empezó la reanimación cardíaca. Apareció la ambulancia, con su bolsa de aire, sus parches, los municipales, le rajaron la camisa, comenzaron a luchar, apareció otra ambulancia, con la bombona oxígeno, un ECG, un desfibrilador, el chico de enfermería la intubaba, la gente se separaba. Había muchos chalecos naranja, la cinta amarilla para que no fuese un espectáculo, más médicos, tensión. Abrieron la caseta amarilla…para tener privacidad cuando se rindiesen o ellos o el cuerpo.

Yo me fui Gran Vía arriba y luego Gran Vía abajo. Me fui, seguí mi camino. Supongo que ella también seguiría el suyo. Nadie entiende la muerte. Nadie suele sentir la muerte. Pueden enseñarte qué necesitas para vivir. Qué necesitas para sobrevivir. Pero no te cuentan qué sientes cuando alguien muere en tus brazos. O eso crees. Nunca sabré con certeza si aquella mujer vivió, murió en el aire, en el suelo, en el Samur o en mis brazos. No lo podré saber con certeza, pero a quien le interese le contaré lo que sentí cuando la agarré para girarla y le vi la cara. Una cara normal, dulce, de señora mayor. Porque nadie te cuenta el chasquido que sientes. Que te estalla al fondo de tu conciencia y te dice que ya, fin. Nadie te cuenta que sabes lo que pasa y lo que pasará. Nadie te cuenta que sientes que hay 21 gramos menos. Que se han ido y que no vuelven. Pero a nadie le gusta aceptar un no por respuesta a la primera. Hay que luchar. Que la derrota para un médico no está en la muerte tras la lucha, sino en la muerte indigna.

Fue a mis 17 años cuando descubrí que el alma podía salir del cuerpo o quedarse en él. No quería que mi alma añorase a mi cuerpo cuando llegase su hora.
No quería encarcelarla. Sino hacerla libre. Quería que la muerte me viniese a recoger de manera digna.

Ocurrido el 28 de Junio. Escrito el 29 de Junio 2010. Mapi.