miércoles, 28 de abril de 2010

Mi madre, el escritor y la pluma.

Mi madre era muy moderna para su época. Leía, pensaba, no quería casarse y ponerse a copular como un conejo para tener retoños y decía a lo bajini que la libertad era lo más importante. De vez en cuando, para evitar problemas, había que ponerle un bozal en su pico de oro, porque si se hubiese escuchado una sola de sus ideas, ni ella seguiría viva ni yo estaría aquí presente.

Sobrevivió a sus ganas de decirlo todo a base de hablar con un escritor que pasaba por su pueblo de jueves a domingo para visitar a su amigo el párroco. El párroco era un amigo al que confesar, que lo mismo te contaba un chiste, que se tomaba un refresco contigo que decía misa. Las mozas del pueblo seguían reprochándole a Dios en sus oraciones que lo hubiese llamado por el camino del sacerdocio, pero qué se le va a hacer. El escritor y mi madre se conocieron por primera vez en misa, justamente. Un domingo por la mañana, muy pronto para mi concepto de domingo, se cruzaron yendo de punta en blanco a la iglesia. Ella parecía lista, una caja acorazada que se sabe que guarda algo valioso pero que es muy difícil llegar al interior. Y qué decir de él, con su pose elegante, firme, mentón alzado pero no orgulloso, paso decidido pero sin llegar a parecer un gañán, cuidado en el vestir pero sin parecer de ciudad. Era normal, a fin de cuentas. Pero os podéis imaginar la impresión que le causó a mi madre. El párroco, que de tonto no tenía un pelo, les presentó al final de la celebración, y pidió a Dios y al escritor que bailasen juntos en las próximas fiestas del pueblo.

Como quien no quería la cosa, se fueron cruzando en la tahona, en la plaza, en la fuente, en la terraza, en la calle, en los molinos de viento…

En la tahona le pasó la primera situación erótica que recuerda, que le da calores aun hoy y pide un vaso de agua, rápido. Iba ella, joven, con formas, con pelo rizado, falda de vuelo por los tobillos, manos largas y uñas cuidadas. Y cuando hablaba con la panadera para pedirle una chapata, él entró, saludó a ambas señorita y señora y se ofreció a pagarle la barra. Ella dijo que tenía dinero de su padre, y él insistió, cogió la barra de pan y se la ofreció en mano, mirándola a los ojos y poniendo la mano de mi madre entre la suya y el pan. Con las pupilas abiertas en canal y el calor de la masa aun cuajándose entre la corteza, se sintió como la molla en el horno. La harina en su palma, el contacto con la mano del escrito y el corazón a punto de desabrocharle la camisa. Aquella harina en las manos de mi madre se le quedó impregnada para siempre, creyendo que era su sustento para vivir, el calor entre alimento y carne. Sus palmas siguen siendo blancas, y sus nudillos tienen una marquita de tinta azul de pluma. Por esto supo que era escritor.
Fue tal el poder de la escena que el calor de la miga le llegó al cerebro y se olvidó de si había pagado, de si pagaba él o si de aquello que sentía era el éxtasis de santa Teresa o el pecado que tan bien sabe.

Cuando llegó a casa, el pan se había helado por dentro, ella tenía las mejillas sonrojadas y las palmas blancas.

Tras el episodio de la panadería coincidieron en misa, se miraban y él le dejó una carta en la vicaría. El párroco solo se rió para sus adentros, ni la leyó ni quiso, podía decir lo que quisiese en aquella carta, Dios ya les había dado el visto bueno. O eso o los tres lo habían interpretado así, y en esta historia la opinión de tres tiene más peso que la de uno. En la carta sólo le pedía, con letra de tango y pasión argentina, en líneas breves, cargadas de pasión y rezumando lujuria, un baile. Y eso, en 17 palabras.

En junio le concedió su baile, se entrelazaron los dedos sin querer queriendo y se recogieron pronto a casa. Eso sí, bien que saltaron por la ventana y fueron a verse en lo alto de la montañica, donde están los tres molinos.

Podría contar lo que pasó en los molinos, pero no estuve allí, o sí pero no aun, y las palabras de mi madre son más veraces.

Mi madre siempre que me ha contado esta historia me ha dicho que todo lo que soy, salió de esa noche. Que mis manchas en la piel son la harina de la tahona, que las pecas en mi espalda son de la tierra del suelo sobre la que estaban. Que mi falta de sueño y ánimo vienen de allí, y que siempre miro las estrellas aunque no salgan por pena, por esa noche. Contaba que por eso soy tan calurosa, que por eso mi mirada es tan potente y mis manos tan rápidas y sin miedo. Que por aquella noche, me he metido en problemas, que por ella no tengo padre y que por ella mi pulso es tan rápido si estoy con un hombre. Pero nunca entró en detalles.

A sabiendas de lo ocurrido, y siendo mi madre la hija del boticario, tuvieron que llevar cuidado. Al verse retraso, demora, nervios, mareos y antojo de anchoas, se verificó que había algo que ocultar. La escusa fue que querían darle una mejor educación y la mandaban a un convento, a que estudiase filosofía e historia del arte.

Mi madre lloró sola, en los molinos, en la botica, con el escritor y entre evangelio y sermón. Lloró porque se iba y no estaba con él. Otra noche, cuando se volvió a escapar, hablaron de mí. No sabían nada aun, si nacería bien, siquiera si sería niña o niño, no sabían nada. Nada excepto que no podrían criarme los dos juntos a menos que se casasen, y en eso estaban los dos de acuerdo que no lo querían.

Con una mano en su mejilla, los labios encogidos y la otra mano sobre su proyecto de barriga, mi madre le dijo que le quería. Así de simple, son dos palabras –decía mi madre- no tiene tanta complicación. Si se siente, se dice y punto. El escritor dijo que no podía seguir así, que él no podía hacerle eso a ella, que mi madre era la reina de los molinos, y que haría por ella lo que hiciese falta, que soplaría tan fuerte que las aspas se moviesen y picasen la piedra e hiciese harina de la nada. Quería que ella estuviese bien y que yo tuviese lo bueno que un niño se merece. Así que como prueba de gratitud, le puso las manos en el vientre a mi madre y le dijo que me iba a dar lo único que podía ofrecerle para que mi vida, me fuese algo más fácil.

Me dio su pluma.

Su habilidad para escribir, su ritmo y su aliento, su chispa para que las historias detonasen en su cabeza y chocasen en carambola para crear tramas. Quería que tuviese algo a lo que llamar don, ya que decía que el mayor don es una familia unida y yo eso no lo podría tener. Se agachó y dio un beso en la barriga a mi madre. Es el único beso que me dio mi padre. Entre sollozos y halagos, no dejaron aire entre ambos para abrazarse. Si pudiese ser posible, se desprenderían de los cuerpos como la serpiente de su piel para estar juntos. El silencio y un beso en la mejilla a veces son la mejor despedida.

A los 8 meses de la despedida, nació una niña sana y tez blanca, mancha en un muslo y manos cerradas. Tardaron 3 días en abrirme la palma de la mano, pues la tenía cerrada por mil demonios, protegiendo algo que nadie pude ver. Cuando me abrieron la palma, lloré y berreé, agité las piernas y combé la espalda con rabia. Rabia pura. Lloraba porque dentro de mi palma tenía el beso que me dio mi padre, y me lo quitaron.
Al abrir la palma vieron que no tenía M dibujada. Había mantenido la mano cerrada tanto tiempo que sólo se había quedado algo parecido a una A mayúscula. Por eso tengo cierta obsesión con la letra M, por que me falta entre las manos. De aquí que me junte con gente que contiene alguna M en sus nombres o apellidos, o viven en una ciudad con la M.

Mi infancia pasó en el pueblo, en la botica de mi abuelo probando en la trastienda los chupetes, que por entonces no venían envueltos, bebiendo un culín de los medicamentos, jarabes, tomando pastillas de leche de burra y en general, haciendo pequeñas faenas. Todo el pueblo me quería, era la nieta del boticario, ¿cómo no me iban a querer? Para explicar mi presencia dijeron que en el convento al que mi madre fue había un orfanato, y que cuando mi madre se iba a ir, justo trajeron a una niña abandonada por una extranjera que no tenía dinero ni para comer ella. Así que las monjas, que no tenían fondos suficientes, la aceptaron con una sonrisa pero haciendo cábalas sobre si tendrían ellas para su propio sustento. Los niños eran los primeros. Así que cuando mi madre vio la situación en la que esa bonita niña debería estar pensó que en su pueblo en la botica estaría mejor, y con las mismas, me llevaron para allá.

Así que todo el mundo me quería como la pobre niña abandonada que se supone que yo era, me mimaban y cuidaban, supliendo la falta de un padre. Realmente, mi abuelo fue mi padre, una mezcla curiosa. No sé cómo será el trato con los padres, pero dudo que sea mejor que el de los abuelos.

Cuando iba creciendo, me picaba mucho el antebrazo izquierdo. Sin saber una razón clara, el dermatólogo me mandó una crema y no funcionó, y tras algunos cuidados familiares, se dieron por vencidos y yo me quedé con mi picor en el antebrazo. Me lo rascaba por las noches, durante el día, estudiando, me lo rascaba en todo momento. Cuando tuve la varicela y se me juntó el picor con los granitos, yo no podía aguantar más. Empecé a rascarme de tal manera que me descabecé las pequeñas pústulas, luego la capa cornea, lúcida, todas, hasta que dolía, dolía pero picaba tanto que ya no podía picar más, me hervían los huesos , y rasqué hasta llegar un poco más profundo y se veía un poco de sangre. Rasqué hasta que noté un pequeño bultito imperceptible para el extranjero, y con la rabia de aquel beso robado, clavé las uñas y pincé el bulto hasta tenerlo pillado y suavemente sacarlo de mi antebrazo. El bultito pasó a ser alargado, del tamaño de un bolígrafo, luego se expandía un poco más y pasó a ser una pluma. Era la pluma que me había prometido.

Aquel instrumento de escritura que me dio antes de nacer, me acompañaría toda la vida.

*Mapi*
Para quien se sienta identificado, tenga una M en su nombre, una pluma enquistado en el antebrazo o un beso robado.

6 comentarios:

  1. Las Dianas pueen der batalladoras, vírgenes o seductoras. Pero todas son las reinas del Olimpo, y todas son ellas mismas, aunque no necesariamente al mismo tiempo. Cuando te apetezca puedes sentirte orgullosa de pertenecer a una estirpe de mujeres guerreras, capaces, si no de desafiar a ls reglas, al menos de saltárselas sin remordimientos. El día que quieras defender tus principios como una leona, también podrás. El día que necesites ser querida o deseada,consigue una conquista. El día que quieras ser conquistada, déjate vencer. Por voluntad propia, con pasión, por lo que valga, por lo que dure. Vive.

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  2. Tus relatos son fantásticos! Me encantaría poder escribir en un blog como este. ^^

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  3. Hola!! Soy paola mi blog trataa sobre otras cosas mas que de escrituraa pero en summer voi a un taller d escritura! Supongo que tu tb jeje
    no puuedo swguirteee me puedes seguir tu paraa seguirte? Un saludoo
    t x ciiertoo kiero escriboir asiii joeee

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  4. Acabas de engancharme de una manera increible a la historia, es genial como escribes!
    Te sigo
    Nos vemos en Summer Media School =)

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  5. ¡Mapi!
    Escribo para que sepas que me he pasado por aquí y para felicitarte otra vez por lo bien que escribes!! Acabo de leer este post y sinceramente, me encanta!!! Este realismo mágico me recuerda mucho al libro de Laura Esquivel, 'Como agua para chocolate', que leí hace poco.
    Un beso desde Asturias!! A seguir deleitándonos con tus historias!!!! :)

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  6. uy, yo juraria que habia comentado aqui... en fin, mi cabeza como esta xD
    me gusta mucho, como dice nuestra compañera matematica realismo magico que tanto te gusta (me acuerdo del corto que me pasaste xD) yo tambien lei ese libro hace tiempo! fue para clase ahora que lo pienso xD
    Pues eso, a er si pronto nos dejas otra cosilla tan buena como siempre!^^
    sique asi!
    un besoo!!

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