lunes, 25 de octubre de 2010

De ballet y luciérnagas.

No me creo que hayas sido capaz de ver tal obra de arte sin que las lágrimas como luciérnagas verdes hayan eclosionado de tus ojos.

A lo largo y ancho del escenario barrían con su cuerpo los bailarines el aire, el suelo.
No había ángulo que se les escapase ni movimiento que no tuviese sentido.
No había locura fingida ni soledad sin acompañamiento, eran 22 y eran solo uno. Podían jugar como niños a reventarnos las mejillas con lo que había visto el maestro en el manicomio de su hermana. Y nosotros,
indefensos espectadores,
no podíamos hacer más que sorprendernos,
meditar sobre la lucidez y la locura, dos es una y vestida de negro.

No podíamos hacer más que criar luciérnagas
como pena dentro de nosotros
para dejarlas volar por dentro del auditorio.

Para cuando terminó la función los bailarines oian crujir las luciérnagas aplastadas bajo sus puntas. Ya no se escuchaba ni el revoloteo.

Despegué los labios y me guarde una en la boca para que aquel baile se quedase dentro de mí, de alguna manera.

- Tras el ballet de Víctor Ullate, Wonderland.-

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