lunes, 12 de octubre de 2009

El espantapájaros.

En el jardín trasero del caserón, en el de los girasoles, faltaba algo de vida.
La costurera de la casa, un día de mercado, revisó todos los puestos de objetos de segunda mano buscando algo que humanizase su jardincillo. Entre toldos y lonetas vio molinos de viento, cazasueños, hamacas y hasta chumberas de mimbre, pero nada le interesaba.
Saliendo ya del recinto divisó a un hombre que de su carreta bajaba un muñeco de trapo de las dimensiones de una persona, con un tronco de madera como espina y un botón negro en el lado de la cara donde debería haber habido dos. Desalmado y cochambroso, el espantapájaros se tumbaba en la acera después de un choque que le partió un poco más su dignidad. El dueño del pelele se subió en su carreta y volvió por donde había venido.
La costurera adoptó al muñeco como dueño de sus girasoles. Lo abrió con el cuidado de una madre que le cura una herida a su hijo, cambió la madera podrida por un tronco de pino, el relleno por algodón y los trapos sucios por ropas de colores que le dieran vida.
Mientras cosía y remendaba, el espantapájaros hablaba con la costurera sin llegar a entender por qué hacía eso por él. Ella le escuchaba.

-Nadie me quiere si no es por interés, y los animales me repudian, la lluvia me pudre y la vida no me ha dado lo que buscaba. He defraudado a gente que amaba, y tú has venido y me has arreglado la existencia. Ahora tengo calor y cuidado, una casa como hogar y el cariño de alguien por la que no he hecho nada. No me merezco estos remiendos e hilos. Son muy caros y yo un desgraciado.

-Si no he usado ni un hilo. Sólo te he dado cariño, te he escuchado.

-¿Cómo? ¿Y cómo me has arreglado?

-Con amor. Porque el amor es como un hilo que arregla y cose los descosidos.


*Mapi* Martes 29 de Septiembre 2009

jueves, 8 de octubre de 2009

El puesto de las flores

Llevaba ya 2 semanas dándole vueltas a la cabeza y no se decidía a mover ficha.
A Rafa no le terminaba de gustar su vida, no le entusiasmaba su ciudad, los estudios se le daban bien y no le presentaban ningún reto, la gente le ignoraba más o menos tanto como él a ellos, y en eso estaba de acuerdo. Tenía un cerrado grupo de amigos que estaban cerca cuando los necesitaba y él les daba su hombro para llorar si se lo pedían, acudía a sus problemas y respondía a sus necesidades, hablaban y él escuchaba. Era el amigo Momo. Lo único que en ese mundillo le daba un poco de intriga y de euforia, de ilusión, era la chica que se cruzaba por la calle cuando iba a clase. Y cuando iba a la biblioteca. Y en la biblioteca. Y en el portal, y a veces comprando el pan.
Y no sabía si decirle algo o no. Bueno, en verdad ya habían hablado, pero ella no lo sabía. Ella le había dicho más de su vida que lo que se podía imaginar. Le había dado ilusión. Esa sensación de euforia e ilusión que te emociona y te hace estar revolucionado cuando te hablan de algo que te gusta, o que te gustaría tener. Entonces la sensación aun es más fuerte. Es estar enamorado de una idea.
Sabía que a la chica le gustaban las ciencias, siempre pedía libros científicos, la veía haciendo matemáticas cuando pasaba por detrás de ella y cotilleaba mirando por encima de su hombro. Sus manos eran manos de mujer trabajadora, con callos de tanto escribir y uñas estilosas pero sin estorbar.
Estaba pensando en todo esto y en sus manos cuando cruzó por delante de una mujer que vendía flores, como todos los días en un puestecillo en medio de la acera. Dependiendo la época del año tenía rosas, claveles, margaritas, a veces lilas o incluso amapolas. No sabía el precio, porque no había ningún cartelito, pero ella sonreía desde su taburete, con sus ramos a los pies y su pañuelo en la cabeza. Parecía ciega, sonreía a la nada, hablaba cuando un perro pasaba por delante, cuando pasaba un niño o un turista. Siempre tenía una sonrisa para todo el mundo, y cuando pasaba un alma rota o dudosa, ella la detectaba y le tendía una flor. No las cobraba, claro, pero Rafa eso no lo sabía. Pasó delante suya, inmerso en su mundo y en sus nubes, en sus dudas y sus chascos, cuando un pétalo le rozó el brazo con la suavidad de una lágrima por una mejilla. Siguió el pétalo con la mirada y se encontró con una rosa amarilla, con un largo tallo sujetado por una mano encallada, roída y reseca, con heridas y ampollas de limpiar flores, (las flores se merecían más la belleza que sus manos si no las veía) entre una sonrisa que le sorprendió.
-¿No la tomas?
-Gracias, pero no llevo dinero encima, no quiero la rosa, gracias…
-No es para ti, y es un regalo. ¿En quien estás pensando? Porque vas pensando en alguien…en una chica, apostaría. Dásela a ella, nada puede salir mal. Seguro que le gusta.

Rafa tomó la rosa…era su oportunidad. Aunque creas que estás atado a una situación, a unas personas o a unos actos, no lo estás. Si tú quieres, puedes aprovechar todas las oportunidades que tienes todos los días para cambiar tu destino. Bueno cambiarlo, no hay nada escrito, tu vida está por hacerse, y en tus manos está cómo moldearla, cómo escribirla…Reúne el valor que se te escurrió por las esquinas y ahórralo para gastarlo todo en un mismo golpe, da el primer paso y haz de tu vida lo tú quieres, piensa tus sueños y enmárcalos…porque para eso vives.
…y quién sabe si hoy recibirás una rosa.
*Mapi* 8 Octubre 2009

miércoles, 7 de octubre de 2009

Las raíces

Hubo una vez un árbol, grande, robusto, verde resplandeciente...sus hojas reflejaban la luz, su tronco sujetaba las ramas, al aire,alto, muy alto, tocando el cielo...rozando las nubes, rajando el tiempo. Cuanto más alto, más fuerte, a más alto, más maduro...pero sus raíces seguían en el suelo.Obteniendo lo que necesitaba para vivir, dándole el aguante,sin pedir nada, era tan sólo su función.Sin una base no se puede construir alto, tan alto como los demás árboles. Pero el árbol no se acordó de ellas cuando le sujetaban, cuando cogían savia para él, cuando hacían su vida estable, porque sin ellas, no sería nada.
Pero un día, un leñador vino a hacer su trabajo, a cortar un poco de leña...y las vió, tan apetitosas al hierro, pero no dudó, balanceó el hacha en el aire, su hoja silvó...y el árbol las sintió. Ahora me faltan, no sé que hacer."Solo ha sido una , que salía por la superficie, pero sólo ésa, y ya parece que me faltan todas..."
Las raíces no se pueden olvidar, hay que protegerlas y respetarlas, cuidarlas, mimarlas...
Nuestra tierra son nuestras raíces.
De dónde venimos y hacia dónde vamos, quienes nos ayudan cuando creemos que estamos solos. Por qué somos así, no lo explican todo, pero nos pueden aclarar muchas dudas, y sobretodo, se echan de menos. No podemos negarnos que sin ellas no podríamos aprender y continuar creciendo.
No podemos vivir sin pasado, porque son la base de nuestro futuro.

martes, 6 de octubre de 2009

El Sol y la Luna.

Érase una vez una historia de cómo se formaron la noche y el día. De cómo lo distinto pudo estar tan unido. Éste es un cuento de dos enamorados.

Hace muchos, muchos años, cuando el tiempo no se contaba, había un reino con el palacio más grande y extravagante del mundo. Los pueblerinos habían cruzado sus puertas miles de veces, y decían que lo que había dentro, sorprendía por su sencillez. El futuro rey era el mejor al que un reino podría aspirar. Vestía túnicas doradas, reflejo de luz. Tenía la suerte de estar enamorado y correspondido en secreto. La afortunada era una sirvienta de palacio. Su discreción hacía de ella casi un fantasma, y sus sencillos vestidos blancos reflejaban la luz del príncipe al pasar.

Un día, apareció una viejecilla con un manto negro, cruzó las puertas del palacio y pidió humildemente hablar con el príncipe. Sólo le dijo:

-No importa como se sea ante el amor, mas si se busca de manera sencilla, se obtendrá.

La mujer desapareció, dejando el consejo al príncipe, que pensó y pensó hasta enfrentar el amor a gobernar y alumbrar el pueblo que tan fielmente siempre le había apoyado.

Tras jornadas sin hablar y noches sin dormir, el príncipe hizo llamar a la bruja.

-No puedo abandonar a mi pueblo ni renunciar a mi amor, por favor, ayúdame.

La mujer llamó a la chiquilla de blanco. Al ver el amor en sus ojos, se quitó el manto negro y se lo dejó caer en los hombros, convirtiéndole, con este velo de noche, en luna. Luna comenzó a flotar en el aire, subiendo por encima de las nubes hasta estar en el cielo, llorando lágrimas plateadas que formaron estrellas. Él fue en su búsqueda, convirtiéndose en Sol, así puede estar con su enamorada, brillando para que ella vea y alumbrando desde el cielo a su pueblo.


Mapi, Julio 2008