lunes, 30 de mayo de 2011

De viva para mis muertos.

Aunque parezca mentira, llevo 14 meses buscando la forma de hacerle saber a cierta persona que yo hace tiempo que estoy muerta. Evidentemente, yo como muerta me veo en la responsabilidad de cederle mi sitio al siguiente, es lo único que tengo que pagar por todos estos años de tan buen vivir.

El problema reside en que para ti, una persona puede estar muerta o viva. Si realmente quieres librarte de alguien sólo tienes que proyectar la secuencia ‘accidente, muerte, funeral, esquela, duelo y recuperación’ en tu indudablemente buena imaginación. Duelo para sus familiares, no tuyo, que tú si que querías librarte de él. Sólo con eso ya te lo has quitado de encima, buen trabajo.

La situación contraria es mucho más complicada. Si para ti alguien vive, no te planteas que esté muerta, menuda estupidez, entonces, ¿cómo le haces a alguien ver que otra persona está muerta? Porque veamos, tú admites la defunción y un buen día, en un conciliábulo entre conocidos, viene el enclaustrado en su conciencia y te dice que el difunto te manda recuerdos.

Ay…he aquí la cuestión.

Llegado a este punto puedo decir que me ha pasado 8 años conviviendo con el espíritu de mi madre, que no decidía a morirse. Todos lo asumimos, ella lo aceptó, con lo cual su nueva condición de muerta pasó a un plano secundario. Ella llevaba su vida normal pero muerta, no tenía ninguna identificación ergo no podía ir al hospital ni trabajar. Lo que más echaba en falta eran las visitas al centro sanitario, más por la costumbre que por las dolencias. Si iba no tenía escusa, saludaba al Doctor Esquerdo y él le decía ‘¿Qué tal está de salud ahora? ¡No se quejará!’y ella le decía ‘Qué va Doctor, si acaso me quejo de no poder quejarme con fundamento.’

Mis hijos y yo estábamos acostumbrados a su presencia, nos protegía, nos consolaba de su propia ausencia en el duelo e incluso tenía tiempo de meterse en líos con las vecinas.

El caso es que cuando yo me tuve que ir, ella no lo aceptó. Mis hijos sí, con todo el dolor de su alma, no lo quieres aceptar pero entra dentro de cualquier mente pensar que un día tus padres, se irán. Sin más. Duele mucho, pero a la vez tienes la obligación de obedecer las órdenes propias de tu madre diciéndote que seas feliz. Lo que no cabe en ninguna mente, porque no es natural ni justo ni humano, es la muerte de un hijo. Tu propia existencia de ríe de ti, hace una espiral en tu línea de vida y lo que te da, te lo quita. Mi madre estaría muerta, pero sigue siendo mi madre.

Y ahora las dos estamos muertas, yo pululo entre mis hijos ciegos ante mi presencia y tengo que hacer teatro y comportarme de manera natural con el espíritu de mi madre.

Así que me paso el día haciendo de viva para mis muertos y de muerta para mis vivos.

jueves, 5 de mayo de 2011

¿Por qué, mamá?

Pasado el mediodía, lo único que se escuchaba en el patio de vecinos era el tac tac tac de los cuchillos cortando rítmicamente alimentos para el almuerzo. Cuchillos largos, pequeños, dentados cortaban carnes magras, aguacates, cebolletas y berenjenas. Era un conversación de golpes sobre tablas de maderas y convención de niños que iban a preguntarle a sus madres que qué hacían.

Era sábado y la niña Ana fue a la cocina ante la hipnótica repetición, embobada por la peligrosidad de aquellas herramientas de asesinos y cocineros. Su madre era escritora, publicaba en algunos periódicos, freelance, blogs, charlas, pululaba por el curioso mundo de las editoriales y artículos de colaboración. Tenía cierta tendencia a insertar pequeños brillos mágicos a todas las anécdotas si es que no le convencía del todo la explicación real. Por eso, cuando su hija Ana empezaba su retahíla de ¿porqués mamá? su madre tenía que pensar qué explicación darle, como una lucha interna por contarle a su hija la verdad. Pero la verdad a veces no era ni la más justa, ni la más artística ni la más curiosa.

Para entender el “porqué mamá” de hoy había que retroceder al día anterior, intrépido flashback para alguien de 4 años, cuando volvían a casa después de pasar la tarde en casa de los abuelos. Su madre siempre iba despacio, sigilosa, un tanto insegura al volante. Le tenía demasiado respeto al asfalto y sus consecuencias. Aquella carretera entre el centro y los suburbios estaba plagada de baches, que hacían que a la niña se le subiese el estómago, que su yo se elevase por encima de su cuerpo, como un irse de sí momentáneo. Por eso le preguntó a su madre, que qué eran, baches hija, son baches, ¿y para qué mamá?, para que la gente vaya más despacio, ¿y porqué? porque a veces la gente va muy rápido y pueden tener un accidente, ¿y de qué los hacen?

-Un momento de dilema interno y da su respuesta.-

Los hacen de gente mala, dentro de lo que tú ves hay personas que han sido malas. ¿Los que hacen accidentes porque corren? A veces, también hay más gente. La mayoría de los que salen por la tele terminarán tarde o temprano siendo un bache en la carretera. ¿Y él? Sí hija, tu padre también es un bache. Yo no sé, no le conozco, pero seguro que sí.