lunes, 25 de octubre de 2010

De ballet y luciérnagas.

No me creo que hayas sido capaz de ver tal obra de arte sin que las lágrimas como luciérnagas verdes hayan eclosionado de tus ojos.

A lo largo y ancho del escenario barrían con su cuerpo los bailarines el aire, el suelo.
No había ángulo que se les escapase ni movimiento que no tuviese sentido.
No había locura fingida ni soledad sin acompañamiento, eran 22 y eran solo uno. Podían jugar como niños a reventarnos las mejillas con lo que había visto el maestro en el manicomio de su hermana. Y nosotros,
indefensos espectadores,
no podíamos hacer más que sorprendernos,
meditar sobre la lucidez y la locura, dos es una y vestida de negro.

No podíamos hacer más que criar luciérnagas
como pena dentro de nosotros
para dejarlas volar por dentro del auditorio.

Para cuando terminó la función los bailarines oian crujir las luciérnagas aplastadas bajo sus puntas. Ya no se escuchaba ni el revoloteo.

Despegué los labios y me guarde una en la boca para que aquel baile se quedase dentro de mí, de alguna manera.

- Tras el ballet de Víctor Ullate, Wonderland.-

viernes, 8 de octubre de 2010

No pienses: siente.

Si los filósofos hubiesen nacido en nuestro siglo ya no se preocuparían por el alma y por el cuerpo. Ya no se pasarían las noches en vela pensando en dónde están los dioses (tendrían Facebook, entre otras cosas).

Y es que me he dado cuenta de que ahora nos debatimos entre el querer y el pensar. Entre el corazón y la cabeza.
Nos empeñamos en no opinar por nosotros mismos, en dejarnos llevar por los pensamientos. ¿Cuántas veces nos han preguntado “qué piensas”?. Entonces nosotros cogíamos, exponíamos lo que creíamos querer de verdad, y dejábamos que todo, absolutamente todo, cambiase nuestra opinión. Rebozando el fruto de nuestro corazoncito en lo que piensa tu padre, tu sociedad, tu religión, las leyes de tu ciudad, el anuncio de la marquesina del bus…

Y lo mejor es que al final tenemos el coraje y la valentía de decir que el emparedado ese que tenemos en la cabeza, son nuestros pensamientos. Que son nuestros, ciertos, y de verdad. Que los defendemos y que ya están muy trabajados, que hemos meditado tantísimo en ellos que son ciertos para nosotros. Y un huevo.

Esas cosas que crees querer son una sarta de tonterías en la que han participado todos menos tú. Es una manera de escaquearse de tomar la dirección de nuestras propias vidas. No lo aceptamos, pero tenemos miedo a las decisiones, a hacer lo que queremos. Tenemos miedo a seguir nuestros sueños y deseos, no vaya a ser que se vuelvan realidad. Es una fobia que nos han machacado y metido entre la comida desde que somos pequeños, y bien que nos la hemos tragado.

Desde que tenemos consciencia de que existe el latín nos han dicho que “Carpe diem” por aquí y “Carpe diem” por allá. Y luego que “alea iacta est”. Por favor, decidíos. Vamos a decidirnos. Toda la vida diciéndonos que tenemos que vivir en el presente y sólo nos dejáis mirar el futuro, y no vivimos nunca. No vamos a poder volver a este momento dentro de 20 años, y sabemos perfectamente que vamos a querer. Que nos vamos a arrepentir de no haber hecho muchas cosas ahora. Tenemos que empezar a sacar como pañuelos de la manga los sentimientos y hacerles caso en el mismo momento. De forma espontánea, instantánea. Los sentimientos habitan en el corazón, en una coraza, no podemos llegar a ellos aunque intentemos magullarlos, por eso cuesta tanto encontrar la clave para abrir el de alguien. Cuesta años. Vidas. Por eso no mienten, pero se ocultan. Son sinceros, tan valiosos y transparentes que los ignoramos y no queremos soltarlos.

Vamos por la calle sin mirar a la gente a los ojos por si acaso nos atrevemos a sonreírles, a saludarles.

Hemos cambiado nuestra alma por el coche, el dinero, la carrera profesional estable, la persona que nos convenía y el momento indicado. ¿Y qué es lo que queríamos? Usar el arte como moneda de cambio, coger una mochila y ver mundo. Conocer a gente a golpe de café y reconvertir a todos los desconocidos. Sonreír a quien se lo merece, pasarnos las normas sociales no escritas por el forro, saltar sobre nuestro ritmo biológico. Poder sentir y dejar de pensar, que ya nos hemos calentado mucho la cabeza.

Mapi, 8 de Octubre 2010.